martes, 7 de octubre de 2014

Día 41

   Deslizó su mano hasta el interruptor de la luz y lo apagó. A oscuras, en penumbra  y bajo la inquietante soledad de la noche estaba más relajada que nunca. Se sentía como pez en el agua entre aquella quietud. Adoraba la noche, adoraba la soledad en la que se zambullía, aquella en la que solo estaba ella y sus pensamientos, nadie más. Era en ese momento cuando más segura se sentía, cuando no había nada que estropeara sus ilusiones. La noche era perfecta. No hacia frío, ni calor, la temperatura idónea para dejarse llevar a esos lugares a los que no había visitado aún, o, a imaginar un futuro hecho a medida. ¿A soñar...? ¿Porqué no?
 
    Las ventanas estaban abiertas, y, el silencio total del exterior era una compañía extraordinaria. Por unos segundos se preguntó como una ciudad tan bulliciosa de día se convertía en un completo cementerio por la noche. Agradeció aquella calma, aquella tranquilidad absoluta. Asomó su cabeza en la ventana para respirar un poco de aire, cerrando los ojos y agudizando sus oídos, como intentando descubrir algún pequeño sonido que se le hubiera pasado desapercibido al estar dentro de la habitación. Nada. Ni siquiera los gatos maullaban, ningún bebé lloraba, ningún transeúnte despistado. Nada. Era como si todo el mundo hubiera desaparecido aquella noche. El único ruido que percibía era el de algunas hojas con las que la suave brisa jugueteaba de vez en cuando. Pensó en como en cuanto amaneciera irían comenzando los acostumbrados sonidos diarios. Las primeras pisadas sobre el frío asfalto gris... -Nunca le gustó el asfalto, ni su olor, ni su color. ¿Porqué las carreteras no podían ser por lo menos de color verde? ¿No sería más agradable la ciudad? -Los primeros motores en marcha desprendiendo gran cantidad de gases tóxicos-!Uff! Odiaba aquellos coches que dejaban toda una hilera de humo gris y asfixiante tras de si- Las primeras persianas que abrían sus puertas a la espera de clientela. Voces, gritos... El bullicio estaba próximo, faltaban pocas horas y dejó de pensar en todo aquello para disfrutar de su soledad y de una ciudad fantasma para ella sola. No siempre las noches eran tan calmadas, ni tan silenciosas, pero la ciudad le regaló justo lo que necesitaba, un pequeño respiro para recuperar fuerzas, para recuperar su alma, para recuperar su vida...

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