jueves, 25 de octubre de 2012

Día 36

Sigo pensando en ese día. Ese, en el que uno es capaz de abandonar todo y escaparse para convertirse en un espiritu libre, pero mi espiritu sigue encarcelado en un cautiverio consentido.  Un estado, una realidad de la que soy culpable, culpable por no admitir que es mi propia cobardía la que lo encierra, esa es mi derrota. Con el paso de los años me dí cuenta de que hay espiritus libres desde el primer día que nacen, otros se liberan durante algún momento de su vida, y hay otros, como el mío, los cuales dedicamos toda nuestra existencia a tener la esperanza de que algún día reuniremos el valor suficiente para por fín, poder sentirnos completamente libres. Nunca tuve esa sensación de falta de libertad hasta que llegó, sin saber porqué, un día sin más. Mi mundo estructurado y medido hasta entonces ya no me servía, ya no conseguía hacerme feliz, aunque aparentemente no faltase nada a mi alrededor por lo que pudiese hacer sospechar que pudiera existir esa infelicidad.  Miles de veces me preguntaba el porqué de aquel cambio, me sentía, incluso egoísta y malcriada por necesitar todavía algo más de lo que la vida me estaba proporcionando. Miles de veces pensaba que no tenía ningún derecho a exigir nada más, ¿Cómo era capaz de pedir más felicidad? ¿Por qué no tenía bastante? Me encontraba justo en ese momento cuando conocí a David. Justo cuando ibamos a ver la Catedral de Granada lo vi, unos metros antes de la puerta de entrada. Sus zapatos claqueaban sobre las baldosas del suelo llevando el ritmo de su canción. Calculo que usaba un 44 quizás un 45. Su rostro oculto bajo un sombrero de ala estrecha, y su armónica. Solo dejaba ver sus expresivos ojos de vez en cuando fijando su mirada a todas las personas que nos encontrabamos alrededor de él, agradeciendonos así nuestro interés por su música. Fue imposible no pararme. Las primeras notas que oí captaron totalmente mi atención, pero en cuanto llegó su voz a mis oidos me quedé completamente clavada delante de él, hipnotizada. Su voz cantaba a mi corazón como nadie habia hecho hasta entonces. Era tierna, limpia y directa con potencia y con una enorme sutileza. Tuve la gran suerte tiempo después de conocerlo personalmente. Y me enamoré. me enamoré de su libertad, de su desapego por lo material, de su amor a la vida, a la música, a las gentes. David, despertó parte de mi espiritu encerrado, liberó una parte de mí que pensaba que no existía, aunque sé, que jamás seré un espiritu totalmente libre como el suyo no pierdo la esperanza.