domingo, 15 de agosto de 2010

Día 11

Unas inesperadas nubes acompañadas de una refrescante corriente amortiguaron de golpe al astro que había estado atizando sin miramiento durante horas. La tarde daba paso a un paréntesis veraniego, inaugurando el ya deseado periodo otoñal.
Las primeras gotas de lluvia sobre su cara, atenuaron la alta temperatura que su cuerpo desprendía, con la piel erizada repentinamente y el sabor a sal sobre sus labios, se dispuso a recoger las pocas cosas que había llevado, su toalla favorita, su sombrilla azul añil y un discreto bolso de playa, en el que sólo llevaba lo imprescindible para ella, un monedero, un protector solar y un libro, jamás salía sin un libro en su bolso, aunque en ocasiones ni siquiera hubiera dado ocasión de leer más de dos páginas. El día había sido algo pesado por el insultante y potente sol.
Todo el mundo comenzó también a recoger rápidamente todos sus enseres de forma agitada y estrepitosa, entre aquel jolgorio variopinto, se podían distinguir los gritos de algunas madres aclamando a sus hijos para que salieran del agua arropándolos instantáneamente mientras que al mismo tiempo les frotaban azarosa y tierna mente para que entraran en calor. A otros, ni siquiera les había hecho falta la llamada, en cuanto notaron la inicial descarga de agua del encapotado cielo gris acudieron por cuenta propia en busca de cobijo bajo las faldas protectoras. La playa empezó a quedarse desierta y las primeras gotas de lluvia marcaban la arena, emanando potentemente esa peculiar y característica fragancia a tierra mojada, aunque la sal y el aroma a mar variaban  su típico olor de campo o ciudad.
Lo cierto, es que mientras cogía sus bártulos dudaba de marcharse de allí. El paisaje de una playa despoblada y aromatizada daba como resultado un panorama del que nunca había tenido la ocasión, o por lo menos, no lo recordaba, así que decidió definitivamente saborear aquello con todos sus sentidos, deleitándose de todo ello durante un rato más. Extendió de nuevo su toalla sentándose con las piernas estiradas agachando su cabeza hacia atrás y los ojos cerrados mientras la lluvia caía por su silueta. Cuando las intermitentes rachas de viento del mar acariciaba su cuerpo, su piel volvía a erizarse, provocando ligeros escalofríos. Todos sus sentidos afloraban apasionada e intensamente, estaba contenta de haberse quedado, durante varios minutos consiguió evadirse incluso de ella misma, siendo un elemento más de aquel cuadro, formando parte del mar, de la tierra, del aire. Sus lágrimas saladas se fundían con la lluvia sobre su rostro, aun así, eran tan abundantes que se diferenciaban al llegar a su boca. Hacía mucho tiempo que no conseguía sentirse feliz de forma continuada, algo que le causaba una persistente preocupación. Su corazón entumecido por desengaños se estaba convirtiendo en algo gélido y frío, no podía consentir aquello, no debía permitir aquel genocidio sentimental. Encontrar el equilibrio en el amor para no sufrir por ello y al mismo tiempo ser capaz de amar era una empírica utopía.
La tormenta cesó casi al mismo tiempo que sus lágrimas. Los primeros rayos de sol anaranjados surcaron el cielo regalando un cristalino arco iris como fondo de telón. Se levantó dirigiéndose a la orilla, hundiendo sus pies entre la arena. El vaivén de las olas los mojaba tímidamente y mirando al mar levantó sus manos levemente abriéndolas para sentir como la brisa pasaba a través de sus dedos. Se puso a pensar en que errores podía haber cometido para padecer todas sus hasta entonces frustradas relaciones y decidió no embarcarse durante mucho tiempo en ningún barco que surgiera de paso, ni amar incondicionalmente, sólo, cuando su amor fuera correspondido de la misma forma prometiéndose a si misma no dejarse llevar por la corriente sin más. Ahora, sabía que esa amor no viene con las olas un día cualquiera, sabía que ese amor se puede percibir e intuir en cuanto lo tienes delante.
Se fue con sabor a sal impregnada en su piel, con la fragancia de la brisa marina entre sus cabellos y arena mojada pegada en sus pies...
"Es el último lugar en que vive el amor, cuando la mujer triste llora...

domingo, 8 de agosto de 2010

Día 10

Es curioso como puede transcurrir nuestra vida según la decisión que hayamos tomado en cada momento. Todos, suponía, se lo habrían preguntado alguna vez, todos, habrían dudado si el camino elegido había sido el correcto para encontrar la propia felicidad. De nuevo se encontraba sola, algo a lo que no temía, pero que tampoco le producía una sensación de libertad como a ella realmente le gustaría. No conseguía encontrar el equilibrio que necesitaba en las relaciones. Quizás estaba en su destino, quizás no estaba preparada. ¿Nunca dejaba el espacio suficiente entre una relación y otra? lo cierto es nunca tuvo la pretensión de "buscar", todas surgieron sin más, pero al poco tiempo se enrolaba en ellas sin poder evitarlo creando un circulo vicioso el cual, le resultaba difícil de escapar, algo que sólo solucionaba cuando era sometida bajo causas extremas. Si lo pensaba fríamente, una relación era comparable a cualquier negocio, una decisión mal tomada puede arruinarlo o si consigues barajar bien tus cartas, superarlo y mantenerlo. Y como en una empresa, si ésta se ha ido a la ruina, puedes seguir teniendo la oportunidad de iniciar otra y tal vez en otras condiciones sea más factible ganar la partida. ¿Se estaba volviendo más dura e insensible con cada relación fallida? Sentía como en cada partida perdida se iba alejando de ella misma. ¿Quedaría algo de ella si seguía perdiendo tan continuamente? Cada vez le era más fácil abandonar la partida, cada vez le era más fácil intuir que no tenía sentido seguir apostando por algo que ya daba por perdido.
¿Porqué era tan complicado amar?
Se sentía como en un tío vivo dando vueltas y vueltas sin poder bajarse y sin poder tomar ninguna dirección concreta. Igual que una niña perdida en una feria con un montón de atracciones a su alrededor pero que lo único que le importa en ese momento es que la encuentren sus padres y sentirse segura y a salvo de todo y de todos. Definitivamente, necesitaba un guía para seguir su camino, pero esta vez el guía debía de ser ella misma.
La ventana abierta le regalaba una tímida brisa mañanera con aroma a café y tostadas, a asfalto mojado y césped recién cortado, a espontáneos cantores instalados en los árboles más próximos, a numerosos ruidos cotidianos que le hicieron despertar de su aletargado sueño para sentirse viva de nuevo, predecía una mañana de acontecimientos interesantes y el más importante de todos es que ella se encontraba allí, oliendo la mezcla de aromas y oyendo toda una fusión de ruidos callejeros. Decididamente iba a ser un gran día, su día, porque estaba allí disfrutando de todas esas pequeñas cosas y era feliz. En ese momento, no necesitaba nada más para sentirse completamente bien y fue en ese instante cuando sintió que podría bajar de aquel tío vivo, que había una parada expresamente para ella y un camino que encontraría al apearse, ahora estaba segura.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Día 9

Antes de traspasar la puerta, giró su mirada de forma instintiva, como intentando retener al máximo los pequeños detalles de aquella estancia. Cada rincón tenía su propio recuerdo, objetos que nunca le habían pertenecido, ahora formaban parte de ella. Con una pequeña maleta en una mano y agarrando fuertemente la manivela con la otra, esperaba, dudaba, volvía a rememorar pausadamente cada pequeño espacio de íntimidad, intentando que algo o alguién la detuviese de su decisión. Pero no había nadie, ni nada de lo que allí se quedaba la podía retener como ella quería, no tenían la suficiente fuerza para cambiar su decisiòn. Ya no pesaba esa sensación de la forma que ella esperaba, ya no había dolor, ya no había angustía. ¿Entonces? ¿Porqué dudaba? ¿Porqué intentaba encontrar un motivo lo suficientemente importante para no abandonar aquella casa? Decidió pegar un último vistazo para no dejarse nada suyo allí. En la habitación, las sabanas todavía revueltas y su perfume le hicieron extremecerse durante unos segundos. Sólo hacía un par de horas que habían estado los dos en aquella cama, todavía podía percibir el calor de sus besos por todo su cuerpo, el sabor de su piel, su aroma, sus caricias. Se sentó en medio de la cama con las piernas cruzadas. ¿Estaría cometiendo un error? ¿Porqué recordamos lo mejor de cada relación cuando tomamos la decisión de abandonar? Es curioso como nos descubrirnos o destapamos, dependiendo de la persona que tengamos a nuestro lado. Estuvo bien de todas formas, pensó. En algún momento pensó que podría salir bien. En algún momento imaginó volver a sentirse amada, en algún momento soñó que podía ser él el que la hiciera extremecer de nuevo, el que la mirase y no hiciese falta decir nada más. Y con una media sonrisa se levantó, volvió a poner su mano en la manivela de aquella puerta, cogió la maleta y salió, esta vez sin mirar hacia atrás...


"En las sedosas sabanas del tiempo, voy a encontrar la paz de mi alma, el amor es una cama llena de blues"