domingo, 12 de febrero de 2012

Día 29

La gélida noche enrojecía la punta de mi nariz. Los ojos llorosos por el tremendo frío me recordaban que aún estaba viva y que era capaz de llorar. Resultaba extraña y rara esa sensación de no llorar por motivo alguno, sino sencillamente por las circunstancias atmosféricas. No recordaba haber tenido anteriormente un motivo igual por el que llorar sin poder controlarlo. Miles y miles de veces mis ojos habían desprendido millones de lagrimas si, ¿Quién no? Un mal día, un desengaño, una frustración, un amor imposible… había tenido a lo largo de mi vida como todos, alguna situación así. No era diferente a los demás. Casi todos crecemos y vivimos con la esperanza y la ilusión de ser distintos, ser distintos a nuestros padres, ser distintos a nuestros amigos, ser distintos a nuestros vecinos, ser distintos.. Y sin embargo con el tiempo te das cuenta de que hay cosas que no puedes cambiar y que siempre por mucho que lo intentes eres enormemente igual a todos los demás. Y ahí me encontraba yo, en medio de una noche austera y fría paseando sin rumbo, sin pensar donde debía ir, simplemente andando. Era algo gratificante. Pese a la baja temperatura, no tenía la menor sensación de helor, mi cuerpo estaba caliente, iba muy abrigada y el paseo me mantenía en calor. Sin saber cómo,  llegué a un enorme parque. Estaba bastante descuidado. Los arbustos tenían formas desiguales, creciendo y manifestándose a su libre albedrío. Los caminos llenos de hoyos con matorrales por los bordes  y la mayoría de árboles parecía que hubiesen padecido una hambruna generalizada. Era algo desolador y al mismo tiempo mágico. La ley de la supervivencia, algo triste y en numerosas ocasiones cruel, pero real. Aquello era tan real… se notaba que hacía tiempo que la mano del hombre no pasaba por aquel parque, por lo menos para su cuidado. Lo curioso es que realmente al igual que me entristecía ver un parque abandonado por la atención del hombre, también me abordaban un montón de sentimientos agradables, pero el más importante que sentí fue el de la libertad. Libertad de crecer a tu antojo, para crecer caprichosamente sin condiciones, sin recortes, sin manipulaciones externas. Para poder elevar sus ramas hacia lo más alto intentando tocar levemente a la luna clara y precisa que aquella noche brillaba esplendorosamente. Y me senté al borde de uno de aquellos escuálidos y rugosos árboles, observando como una de sus ramas, la más alta, desde mi visión, parecía que tocase a la luna, y pensé “tú lo has conseguido, has llegado hasta ella y supongo que ahora serás feliz pese a tu viejo y débil aspecto”

Seguí embelesada mirando aquella rama, imaginando que era mi brazo y que mi dedo índice casi, casi, alcanzaba a tocar solo por un pequeño momento la luna. Y me sentí feliz. Pensé en lo fácil que puede uno ser feliz si así lo desea, con pequeñas cosas, pequeños detalles, pequeños momentos que continuamente se nos pasan intentando conseguir logros mucho más importantes. ¿Importantes? ¿No deberíamos considerar las cosas importantes de nuestra vida lo que realmente nos hace felices? ¿Porqué malgastamos tanto tiempo y tanta energía en cosas absurdas que creemos que nos van a dar la felicidad y para conseguirlas perdemos nuestra esencia y en ocasiones dejamos de vivir? A veces nos llega esta sabiduría y el apego a la vida demasiado tarde, por no decir casi siempre. Todos hemos oído decir a nuestros mayores en algún momento “disfruta de la vida que un día te despiertas y ya es tarde”. Todos lo sabemos y sin embargo nadie se baja del tren, todos seguimos a ritmos frenéticos intentando conseguir cosas y más cosas para ser felices. Aquella noche me preguntaba ¿Por qué no me bajo del tren? ¿Por qué no me paro a pensar que es lo que necesito para ser feliz? ¿Por qué sigo subida en un vagón sin sentido para mí? ¿Por miedo a lo desconocido? ¿Qué podía perder si me bajaba del rumbo preestablecido? Pensé durante unos minutos detenidamente, intentando contestarme a mi misma lo más fiel y lo más coherente posible. ¿Perdería a mi familia? No. ¿Perdería a mis amigos? Tampoco. ¿Perdería el amor de las personas a las que quiero? No. ¿Entonces? ¿Qué narices estaba haciendo si teniendo la felicidad en la punta de mis dedos la dejaba pasar de largo por seguir manteniendo el recorrido que supuestamente es el correcto? Como dice una frase célebre, solo se vive una vez. ¿Por qué la malgastamos? Tenemos el privilegio que otros no tienen de elegir. Para cada uno la felicidad puede ser distinta y muy diferente, para algunos sería conseguir algún sueño que persiguen desde niños, para otros unas vacaciones soñadas, algunos son felices mientras tienen cerca a sus seres queridos. Seguramente todos encontramos la felicidad en una mezcla de cada situación, unos días necesitas conseguir ese sueño imposible, otro necesitas hacer un viaje y por supuesto la mayoría de veces compartir todo eso con las personas que quieres. La felicidad puede ser un minuto, o una hora o un mes, nunca es constante pero debemos aprender a saber lo que nos hace feliz e intentar cogerlo con la punta de nuestros dedos manteniéndola el mayor tiempo posible, porque nunca sabemos cuando la vamos a volver a encontrar. A veces, la pierdes sin saber porque durante mucho tiempo y no consigues disfrutar de nada a tu alrededor, nada de lo que te hacía feliz anteriormente consigue cambiar tu estado de ánimo. No consigues sonreír cuando ves a un niño, ni te alegras por que ha ganado tu equipo favorito, ni lloras al oír una canción, ni los días soleados te parecen hermosos, solo son un día más, un partido más, una canción más, un niño más. Todo se vuelve insípido, insulso y la vida es un juego absurdo en el que no sabes cómo has llegado a él. Cada día estás esperando que ocurra un milagro y que de repente vuelva algo que perdiste por el camino y todavía no tienes claro que es, simplemente sabes que lo has perdido, que necesitas recuperarlo para volver a ser de nuevo el mismo. Y mientras, pasan los meses y sigues metido en un vagón que piensas que no te corresponde, que no es tu destino, que quizás mañana será tú día, ese en el que todo cambiará de nuevo y hará sentirte feliz como antes.

Aquella noche decidí no seguir esperando mi milagro, decidí apearme de aquel  vagón que no tenía sentido para mí, decidí no solo observar el mundo sino también vivirlo. Me propuse salir al encuentro de mi destino.

Miré de nuevo a la luna y la encontré más hermosa que nunca, intenté retener su imagen perfecta en mi memoria para jamás olvidarla y así recordarla en los días que necesitara esa porción de felicidad. Me dirigí hacia casa con un sentimiento renovado en mi interior, realmente aquel parque era mágico, me había devuelto la esperanza de nuevo, la esperanza de aprender a vivir.

Cuando llegué a casa mis hijos estaban dormidos, les di un beso despacio para no despertarlos, les di otro beso de buenas noches a los que estaban lejos de mí pero nunca ausentes. Y pensé, felicidad he venido a buscarte. Aquella noche me sentí feliz muy feliz.
"I came looking for you..."