sábado, 30 de abril de 2011

Día 24

Las horas pasan lentas.

Todo mi mundo se derrumba ya a mi alrededor, todo lo que fui o dejé de ser ya no importa.

Las horas pasan.

La casa está vacia. Una extraña habita en ella, no la reconozco, no sé quien es, ni que quiere, ni adonde va.

Las horas pasan lentas.

¿Qué más me da? Me levanto unos segundos, recorro la casa intentando encontrar algo que pueda reconocer, pero no hay nada. No llevo parte de mi pasado encima, me despojé de todo sin importarme las consecuencias.

Las horas pasan.

Los fantasmas se acercan para recordarme una y otra vez lo que pudo haber sido y no fue. ¿ Lo intenté todo? No...todo nunca es suficiente, siempre hay un más al todo.

Las horas pasan.

Mi voz se ahoga en el silencio. Las palabras enmudecen mi alma, palabras mudas que no saben salir a la luz para decir todo lo que necesito decir. Palabras, palabras.. !Basta ya de palabras! No quiero hablar más, no quiero seguir hablando a la nada, no hay nada ya de que hablar.

Las horas pasan.

!Quiero ser una niña de nuevo! Todo era más fácil. Sencillo. Divertido. Ellos siempre estaban ahí, cuando lloraba, cuando los necesitaba. Ahora debo comportarme como una adulta y no llorar en su regazo. Debo ser fuerte a la fuerza, no mostrar debilidad. Sé que ellos estan y estarán siempre cuando los necesite, pero no debo, no debo...¿O sí?

Las horas pasan.

Se acercan rostros, algunos me ofrecen su mano, otros, claramente su interés. La duda me invade ¿Sola o acompañada?

Las horas pasan.

Decepción + Fracaso = Caos.
Caos > Amor
Nunca se me dieron bien las matemáticas.

Las horas pasan lentas.

Necesito no pensar más. Esa soy yo en el rincón.

"Losing my religion..."


miércoles, 27 de abril de 2011

Día 23

El tren llegaba puntual a la estación. Su silbido avisaba de su visibilidad tras la última curva, para parar unos minutos en el andén antes de volver a retomar su recorrido por las angostas y ancestrales vías metálicas. Varios transeúntes esperaban. Otros llegaban. El enorme y gigantesco reloj engarzado en un techo similar al de cualquier factoría llena de vigas pesadas y acero, marcaba las doce y cuarto. ¿Cuántas personas pasaban por allí diariamente? ¿Cuántos encuentros o desencuentros se habrán vivido en este mismo momento, en este mismo lugar y a esta misma hora anteriormente?
Me adelanté un paso. Vi a un niño de unos ocho años con cara de travieso, naricilla chata y ojos picaruelos junto a su madre, tirándole de las faldas y gritando "!Ya llega mami, ya llega!" Impaciente, la madre cogía al pequeño de la mano retirándose un poco del andén. Se le notaba un poco agobiada intentando recoger todo el equipaje y asegurandose de que aquella diminuta mano no se le soltara ni un momento antes de que el tren parase del todo. Unas greñas sueltas de su cabello recogido ocultaban parte de su rostro, pero no tenía suficientes manos para retirárselas y esperaba con aplomo su momento para poder hacerlo, mientras, pequeños bufidos aliviaban su rostro por segundos de aquellas molestas e inoportunas greñas.
Un abuelo liaba pacientemente un pitillo. Llevaba una mustia boina negra, una camisa a rayas medio remangada que entre dejaba ver su castigada y maltratada piel. Unas espardeñas con el dedo pequeño del pie fuera y unos pantalones que sujetaba con un viejo cinturón. No parecía inmutado por la llegada del tren, él seguía en sus quehaceres. Había estado ordenando sus bultos estratégicamente encima del banco donde estaba sentado, a su lado, arrimándolos hacia él sutilmente. Su rostro desprendía veteranía. Ya no tenía que demostrar nada a nadie, ni siquiera a si mismo. Cuando levantó un momento sus ojos y me miró, imaginé al abuelo que nunca conocí. Sus tristes ojos al principio, retomaron vida cuando los observé más detenidamente, y me mostraron una vida intensa y llena de experiencias.
Los diferentes rostros a mi alrededor, se recreaban en mi mente para contarme sus historias, y de entre todas, me quedé con la del muchacho que con voz tierna y temblorosa me contaba una bella historia de amor. Él quería volver a encontrarse con su amada, pero sabía que ya había pasado su momento, que aquello tan bello que tuvo junto a ella ya no podría volver a sentirlo aunque fuera a su encuentro. Sabía que ya nunca sería lo mismo y prefería quedarse con el recuerdo de algo tan especial que intentar revivir el pasado y fracasar. Él me contó, que junto a ella vivió los momentos más felices de su vida, que siempre la recordaría, pero que tenía que seguir hacia adelante, que era lo mejor para los dos. Me dijo, que muchas veces, hay que saber renunciar a un amor por amor, y que nunca, jamás la olvidaría aunque su camino fuera otro. Y allí, de pie, al borde de aquel andén esperando ver aparecer el tren tras la suntuosa curva, me pidió una cosa...