domingo, 18 de septiembre de 2011

Día 27

Se acercaba la hora de las brujas, la luna estaba encapotada y ya hacía algo de fresco. Otra noche más a solas con sus pensamientos, otra noche más arropada sólo por las finas sabanas de su cama y la desolación de un cuarto vacío de cualquier otra presencia que no fuese ella. La brisa que entraba por la ventana envolvía las ligeras cortinas en ondulantes movimientos cada vez más fuertes, parecía que se acercaba una tormenta otoñal. Esas primeras tormentas le encantaban. La lluvia después de aquellos agobiantes días soleados era como poder volver a respirar. Por fin aparecía, esta vez pensaba que ya no aguantaba más ahogándose, pero todo llega, y la lluvia no iba a ser menos.
Mientras limpiaba su cutis antes de dormir observó su rostro durante unos segundos frente al espejo, "la edad no perdona" se dijo así misma y sin recrearse ni un segundo más se aclaró la cara evitando a aquel infame y cruel espejo mientras se secaba para que no le recordara lo que le acababa de mostrar. Se sentó al borde de su cama tratando de elegir cuál de los tres libros que tenía empezados le apetecía más, solía tener esa costumbre, no le gustaba tener que seguir con un tipo de lectura por el simple hecho de haberlo comenzado, su estado de ánimo es el que decidía que libro escoger. Barajó entre sus manos los tres libros pero aquella noche no se terminaba de convencer por ninguno de ellos. Ante la duda, optó por ir a por una copa de vino tinto, el sabor de su arrogante cuerpo la deleitaba antes de acostarse. Cuando regresó llevaba una enorme copa de cristal en la mano y un cigarro en la otra, un camisón muy corto de encaje negro con finos tirantes de raso que le ensalzaban sus hermosos y bronceados hombros. Ojeó de nuevo las portadas y los colocó de nuevo en la mesilla, prefería hundirse en sus propios pensamientos que involucrarse en historias ajenas a ella aquella noche. Se sentó estirando las piernas apoyándose en el cabecero de la cama e inevitablemente le vino la visión que acababa de ver en su espejo minutos antes. No era justo, ella se sentía igual que hace veinte años, sus mismas ilusiones, sus mismos sueños, sus mismos problemas, ¿Como podía pasar el tiempo tan rápido? ¿Qué había hecho con su vida? ¿Donde había estado aquellos veinte años? Le resultaba difícil de explicarse, no llegaba a entender como ella estaba allí pero su cuerpo estaba cambiando de forma vertiginosa. Intentaba analizar la situación, intentaba recordar cómo era ella hace veinte años, como sentía, como vivía, como lloraba, como reía. Realmente ya no era la misma, decididamente, por supuesto había evolucionado, pero en el fondo, en todo lo más importante seguía allí. Aquella jovencita, aquella niña, todavía estaba y se preguntó si dentró de otros veinte años le pasaría lo mismo encontrándose en una noche solitaria haciéndose las mismas preguntas...

"...Y mi tiempo corría desaforadamente..."

2 comentarios:

  1. Llega un día que el cuerpo toma su propia voluntad. Lo dijo Cherilyn Sarkisian. O sea, Cher. Hay que terminar el círculo y aunque contemplemos lo hermosos que fuimos, resta la excelencia de ver como de nuevo llueve tras el calor y gozar la opción de leer tres libros a la vez. ¡ Qué terrible sería cambiar y no darse cuenta!

    besos, Lady.

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  2. Terrible y al mismo tiempo temible...querido Conde. Gracias como siempre por visitarme!

    Besos

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