miércoles, 27 de abril de 2011

Día 23

El tren llegaba puntual a la estación. Su silbido avisaba de su visibilidad tras la última curva, para parar unos minutos en el andén antes de volver a retomar su recorrido por las angostas y ancestrales vías metálicas. Varios transeúntes esperaban. Otros llegaban. El enorme y gigantesco reloj engarzado en un techo similar al de cualquier factoría llena de vigas pesadas y acero, marcaba las doce y cuarto. ¿Cuántas personas pasaban por allí diariamente? ¿Cuántos encuentros o desencuentros se habrán vivido en este mismo momento, en este mismo lugar y a esta misma hora anteriormente?
Me adelanté un paso. Vi a un niño de unos ocho años con cara de travieso, naricilla chata y ojos picaruelos junto a su madre, tirándole de las faldas y gritando "!Ya llega mami, ya llega!" Impaciente, la madre cogía al pequeño de la mano retirándose un poco del andén. Se le notaba un poco agobiada intentando recoger todo el equipaje y asegurandose de que aquella diminuta mano no se le soltara ni un momento antes de que el tren parase del todo. Unas greñas sueltas de su cabello recogido ocultaban parte de su rostro, pero no tenía suficientes manos para retirárselas y esperaba con aplomo su momento para poder hacerlo, mientras, pequeños bufidos aliviaban su rostro por segundos de aquellas molestas e inoportunas greñas.
Un abuelo liaba pacientemente un pitillo. Llevaba una mustia boina negra, una camisa a rayas medio remangada que entre dejaba ver su castigada y maltratada piel. Unas espardeñas con el dedo pequeño del pie fuera y unos pantalones que sujetaba con un viejo cinturón. No parecía inmutado por la llegada del tren, él seguía en sus quehaceres. Había estado ordenando sus bultos estratégicamente encima del banco donde estaba sentado, a su lado, arrimándolos hacia él sutilmente. Su rostro desprendía veteranía. Ya no tenía que demostrar nada a nadie, ni siquiera a si mismo. Cuando levantó un momento sus ojos y me miró, imaginé al abuelo que nunca conocí. Sus tristes ojos al principio, retomaron vida cuando los observé más detenidamente, y me mostraron una vida intensa y llena de experiencias.
Los diferentes rostros a mi alrededor, se recreaban en mi mente para contarme sus historias, y de entre todas, me quedé con la del muchacho que con voz tierna y temblorosa me contaba una bella historia de amor. Él quería volver a encontrarse con su amada, pero sabía que ya había pasado su momento, que aquello tan bello que tuvo junto a ella ya no podría volver a sentirlo aunque fuera a su encuentro. Sabía que ya nunca sería lo mismo y prefería quedarse con el recuerdo de algo tan especial que intentar revivir el pasado y fracasar. Él me contó, que junto a ella vivió los momentos más felices de su vida, que siempre la recordaría, pero que tenía que seguir hacia adelante, que era lo mejor para los dos. Me dijo, que muchas veces, hay que saber renunciar a un amor por amor, y que nunca, jamás la olvidaría aunque su camino fuera otro. Y allí, de pie, al borde de aquel andén esperando ver aparecer el tren tras la suntuosa curva, me pidió una cosa...

2 comentarios:

  1. Adoro esta canción, la tengo que aprender pero siempre se me resiste... esta historia es preciosa realmente... ¿a donde te dirigías?

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  2. A ningún lugar... Sólo cuento historias que pasan por mi cabeza mientras oigo una canción. ;)

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