martes, 22 de febrero de 2011

Día 21

Los colores pastel asomaban por todas partes. Estando ya en estado avanzado, pintó un mural en la habitación azul celeste con nubes de algodón, estrellas, una luna, y un pequeño búho un poco desgarbado pero realmente gracioso, un oso y un enorme sol con una amplia sonrisa y largos rayos para que iluminasen su vida. Quiso que todo fuese lo más hermoso posible, quiso que todo fuese perfecto. Su llegada fue muy deseada por todos, pero especialmente para ella...
Sentada en una mecedora, mirando el cielo a través de la ventana, pensó en que nada ni nadie podría quitarle aquel momento. El verano asomaba ya por los amplios ventanales, el suave y ligero tejido de la blanca cortina bamboleaba de un lado a otro acompañando a la brisa de aquel atardecer y sus cabellos se elevaban tímidamente refrescando su nuca. Miró con inmensa ternura el precioso tesoro que tenía en su regazo. Mientras la criatura amamantaba de su pecho, sus inmensos ojos se abrían de vez en cuando mirando fijamente a su madre, sus pequeñas y tiernas manitas se posaban sobre su pecho agarrándolo con ansía. Por los pequeños bordes de sus comisuras rebosaba el alimento que su madre le proporcionaba, sin pausa pero sin prisa no dejaba de mamar. De vez en cuando, soltaba una de sus manitas del pecho y cogía con fuerza el dedo indice de su madre que utilizaba para presionar su pecho y que la niña respirara mucho mejor.
No podía creer todavía que aquella bendición estuviera entre sus brazos. Era una experiencia única y hermosa, sabía que jamás se iba a romper esa unión, sabía que aunque la niña creciera como ella lo hizo siempre habría algo especial que las uniera profundamente y eso la hizo estremecer. Se imaginaba a su niña de mayor, a su niña viviendo la misma experiencia que estaba viviendo. Pensó que ojalá en ese futuro y en ese momento sea capaz de sentir la felicidad que ella estaba sintiendo.  Por que sabía muy bien que de toda su vida y de todo lo mejor de ella, pasado y futuro, sin ninguna duda alguna , aquella niña, aquel tesoro era lo que más feliz le había hecho y le iba a hacer. Nada en el mundo podría compararse con aquella tarde veraniega y quiso congelar aquel instante para reservarlo en los años venideros para recordar con claridad aquellos sentimientos tan indescriptibles, porque la dicha era tan plena, que su corazón se desbordaba de enormes sensaciones imposibles de descifrar.
La niña cerró sus ojitos durmiendose, con el balanceo de la mecedora y su madre entonando una suave melodía....

"...Me han bendecido. Y por gracia de ellos te miro y escucho cien violines llorar, y cien ballenas blancas volar. Y es que no hay nada más bonito, que cuando ella cree. Cuando ella cree, en mí. Oh, en mí..."

4 comentarios:

  1. Maravilloso tema.
    ¡Bendito(s) sea(n)!

    ResponderEliminar
  2. Maravilloso, divino, increible...jejeje Gracias por pasarte Sergio! Saludos!

    ResponderEliminar
  3. Luego crecen, como los míos, y te parece increíble que hayan sido así de pequeños y frágiles. La vida es misteriosa.

    Besos!

    ResponderEliminar
  4. Cierto... Así es la vida! un besazo !

    ResponderEliminar