Unas inesperadas nubes acompañadas de una refrescante corriente amortiguaron de golpe al astro que había estado atizando sin miramiento durante horas. La tarde daba paso a un paréntesis veraniego, inaugurando el ya deseado periodo otoñal.
Las primeras gotas de lluvia sobre su cara, atenuaron la alta temperatura que su cuerpo desprendía, con la piel erizada repentinamente y el sabor a sal sobre sus labios, se dispuso a recoger las pocas cosas que había llevado, su toalla favorita, su sombrilla azul añil y un discreto bolso de playa, en el que sólo llevaba lo imprescindible para ella, un monedero, un protector solar y un libro, jamás salía sin un libro en su bolso, aunque en ocasiones ni siquiera hubiera dado ocasión de leer más de dos páginas. El día había sido algo pesado por el insultante y potente sol.
Las primeras gotas de lluvia sobre su cara, atenuaron la alta temperatura que su cuerpo desprendía, con la piel erizada repentinamente y el sabor a sal sobre sus labios, se dispuso a recoger las pocas cosas que había llevado, su toalla favorita, su sombrilla azul añil y un discreto bolso de playa, en el que sólo llevaba lo imprescindible para ella, un monedero, un protector solar y un libro, jamás salía sin un libro en su bolso, aunque en ocasiones ni siquiera hubiera dado ocasión de leer más de dos páginas. El día había sido algo pesado por el insultante y potente sol.
Todo el mundo comenzó también a recoger rápidamente todos sus enseres de forma agitada y estrepitosa, entre aquel jolgorio variopinto, se podían distinguir los gritos de algunas madres aclamando a sus hijos para que salieran del agua arropándolos instantáneamente mientras que al mismo tiempo les frotaban azarosa y tierna mente para que entraran en calor. A otros, ni siquiera les había hecho falta la llamada, en cuanto notaron la inicial descarga de agua del encapotado cielo gris acudieron por cuenta propia en busca de cobijo bajo las faldas protectoras. La playa empezó a quedarse desierta y las primeras gotas de lluvia marcaban la arena, emanando potentemente esa peculiar y característica fragancia a tierra mojada, aunque la sal y el aroma a mar variaban su típico olor de campo o ciudad.
Lo cierto, es que mientras cogía sus bártulos dudaba de marcharse de allí. El paisaje de una playa despoblada y aromatizada daba como resultado un panorama del que nunca había tenido la ocasión, o por lo menos, no lo recordaba, así que decidió definitivamente saborear aquello con todos sus sentidos, deleitándose de todo ello durante un rato más. Extendió de nuevo su toalla sentándose con las piernas estiradas agachando su cabeza hacia atrás y los ojos cerrados mientras la lluvia caía por su silueta. Cuando las intermitentes rachas de viento del mar acariciaba su cuerpo, su piel volvía a erizarse, provocando ligeros escalofríos. Todos sus sentidos afloraban apasionada e intensamente, estaba contenta de haberse quedado, durante varios minutos consiguió evadirse incluso de ella misma, siendo un elemento más de aquel cuadro, formando parte del mar, de la tierra, del aire. Sus lágrimas saladas se fundían con la lluvia sobre su rostro, aun así, eran tan abundantes que se diferenciaban al llegar a su boca. Hacía mucho tiempo que no conseguía sentirse feliz de forma continuada, algo que le causaba una persistente preocupación. Su corazón entumecido por desengaños se estaba convirtiendo en algo gélido y frío, no podía consentir aquello, no debía permitir aquel genocidio sentimental. Encontrar el equilibrio en el amor para no sufrir por ello y al mismo tiempo ser capaz de amar era una empírica utopía.
La tormenta cesó casi al mismo tiempo que sus lágrimas. Los primeros rayos de sol anaranjados surcaron el cielo regalando un cristalino arco iris como fondo de telón. Se levantó dirigiéndose a la orilla, hundiendo sus pies entre la arena. El vaivén de las olas los mojaba tímidamente y mirando al mar levantó sus manos levemente abriéndolas para sentir como la brisa pasaba a través de sus dedos. Se puso a pensar en que errores podía haber cometido para padecer todas sus hasta entonces frustradas relaciones y decidió no embarcarse durante mucho tiempo en ningún barco que surgiera de paso, ni amar incondicionalmente, sólo, cuando su amor fuera correspondido de la misma forma prometiéndose a si misma no dejarse llevar por la corriente sin más. Ahora, sabía que esa amor no viene con las olas un día cualquiera, sabía que ese amor se puede percibir e intuir en cuanto lo tienes delante.
Se fue con sabor a sal impregnada en su piel, con la fragancia de la brisa marina entre sus cabellos y arena mojada pegada en sus pies...
Lo cierto, es que mientras cogía sus bártulos dudaba de marcharse de allí. El paisaje de una playa despoblada y aromatizada daba como resultado un panorama del que nunca había tenido la ocasión, o por lo menos, no lo recordaba, así que decidió definitivamente saborear aquello con todos sus sentidos, deleitándose de todo ello durante un rato más. Extendió de nuevo su toalla sentándose con las piernas estiradas agachando su cabeza hacia atrás y los ojos cerrados mientras la lluvia caía por su silueta. Cuando las intermitentes rachas de viento del mar acariciaba su cuerpo, su piel volvía a erizarse, provocando ligeros escalofríos. Todos sus sentidos afloraban apasionada e intensamente, estaba contenta de haberse quedado, durante varios minutos consiguió evadirse incluso de ella misma, siendo un elemento más de aquel cuadro, formando parte del mar, de la tierra, del aire. Sus lágrimas saladas se fundían con la lluvia sobre su rostro, aun así, eran tan abundantes que se diferenciaban al llegar a su boca. Hacía mucho tiempo que no conseguía sentirse feliz de forma continuada, algo que le causaba una persistente preocupación. Su corazón entumecido por desengaños se estaba convirtiendo en algo gélido y frío, no podía consentir aquello, no debía permitir aquel genocidio sentimental. Encontrar el equilibrio en el amor para no sufrir por ello y al mismo tiempo ser capaz de amar era una empírica utopía.
La tormenta cesó casi al mismo tiempo que sus lágrimas. Los primeros rayos de sol anaranjados surcaron el cielo regalando un cristalino arco iris como fondo de telón. Se levantó dirigiéndose a la orilla, hundiendo sus pies entre la arena. El vaivén de las olas los mojaba tímidamente y mirando al mar levantó sus manos levemente abriéndolas para sentir como la brisa pasaba a través de sus dedos. Se puso a pensar en que errores podía haber cometido para padecer todas sus hasta entonces frustradas relaciones y decidió no embarcarse durante mucho tiempo en ningún barco que surgiera de paso, ni amar incondicionalmente, sólo, cuando su amor fuera correspondido de la misma forma prometiéndose a si misma no dejarse llevar por la corriente sin más. Ahora, sabía que esa amor no viene con las olas un día cualquiera, sabía que ese amor se puede percibir e intuir en cuanto lo tienes delante.
Se fue con sabor a sal impregnada en su piel, con la fragancia de la brisa marina entre sus cabellos y arena mojada pegada en sus pies...
"Es el último lugar en que vive el amor, cuando la mujer triste llora...